viernes, 19 de junio de 2009

Belleza que se nota



Por: Maribel Belaval, el 08 de abril de 2009, 07:40 AM

Cuando estamos pasando por momentos difíciles en la vida, se nos nota en el semblante. Nos vemos apagadas, drenadas. Cuando estamos felices, especialmente con la energía del amor correspondido, esa luz interna, hace que nos veamos radiantes y atractivas.

Las personas felices producen unos neurotransmisores asociados a la sensación de bienestar: oxytocin, serotonin, dopamine y endorfinas los cuales aumentan la absorción de oxígeno en las células.

-Dilatan lo vasos sanguíneos mejorando la circulación

- Producen relajación muscular evitando la tensión del estrés.

- Suavizan el ritmo cardiaco y la presión arterial.

- Incrementan las funciones del cerebro.

Éstos a su vez afectan nuestro cuerpo físico, los pensamientos y las emociones. La consecuencia es que la belleza interna se refleja en todo nuestro ser y en nuestra conducta observable. Los demás perciben ese bienestar total que irradiamos cuando estamos centradas y bien alineadas en cuerpo - mente - espíritu..

El solo hecho de fruncir el ceño hace que el cerebro responda con las hormonas del estrés que alteran la absorción de oxígeno, tensan los músculos y afectan el sistema inmunológico. Si queremos ser bellas, es importante alejarnos un poco del crecimiento artificial externo y fomentar riquezas internas tales como el aprecio incondicional a la vida, la esperanza y el hábito de bendecir.

La esperanza es una luz interna del alma, un estimulante vital. Es la libertad para soñar, y creer que podemos hacer realidad nuestros sueños. Opera en nuestra voluntad de seguir adelante con nuestros propósitos, con un espíritu sereno que no va a retroceder.

En tiempos difíciles, nos descansa, alivia y alienta a continuar esforzándonos con certidumbre y perseverancia. Calma la angustia y el miedo que nos paraliza. Sirve como escudo contra el abatimiento, pesimismo y desánimo. La esperanza es un ancla bien afincada cuando necesitamos firmeza, certeza y fortaleza.

Para las que estamos comprometidas con un nuevo orden de vida, la esperanza es regresar a nuestra esencia espiritual y encontrar alas para volar más alto. Combinar mente, cuerpo y espíritu para ser más felices, se traduce en medicina preventiva para las emociones. Es la mejor receta para la belleza integral que otros notan.

Comparto con ustedes, amigas de Tertulias del Alma, estos pensamientos para fomentar la belleza interna. Los recibí por Internet sin autor y los edité para ustedes. Se titulan: El arte de bendecir:

Al despertar, bendice tu jornada del día,

porque bendecir significa reconocer el bien infinito que

forma parte integrante de la trama misma del universo.

Ese bien, lo único que espera es una señal tuya para poder manifestarse.

Al cruzarte con la gente en la calle, bendice a todos.

La paz de tu bendición será la compañera de su camino.

Derrama tu bendición sobre su salud, su trabajo,

su alegría, su relación con Dios y con ellos mismos.

Esas bendiciones no solo esparcen las semillas de la curación,

sino que algún día brotarán como otras tantas flores de gozo

en los espacios áridos de tu propia vida.

Bendecir significa desear y querer incondicionalmente,

totalmente y sin reserva alguna, el bien ilimitado

desde las fuentes más profundas y más íntimas de tu ser.

Quien sea afectado por tu bendición es un privilegiado.

Bendecir significa también llamar la felicidad para que venga.

Bendecir es activar la ley universal de la atracción que

desde el fondo del universo, traerá a la vida exactamente

lo que necesitas, en el momento presente para crecer,

avanzar y llenar tu vida de gozo.

Mantén en ti ese deseo de bendecir como una resonancia interior

y como una plegaria silenciosa porque de este modo serás

de esas personas que son artesanos de la paz.

Así descubrirás por todas partes el rostro mismo de Dios.

¿Cómo puedes cultivar tu belleza interna para que otros noten cuán bella eres?

LINK: http://www.mipropiaterapia.com/

De: Yahoo Mujer à Blogs

sábado, 6 de junio de 2009

¿Por qué bienes comunes?



Por Javier Rodríguez Pardo*

La libertad es patrimonio de todos y “todos nacemos libres en dignidad y derechos”. La libertad es un bien común, como lo es el oxígeno que respiramos, el color de una flor, el sonido de una cascada, el silencio o el murmullo de un bosque, el viento, el cosmos, el pensamiento, la velocidad de la luz o la capa de ozono. En este sentido, el suelo, el subsuelo mineral, el glaciar, el agua, no son recursos naturales sino bienes comunes. Dicho de otro modo, las riquezas que habitan en la tierra no son recursos naturales, son bienes comunes. Referirse a ellos como recursos naturales es la primera forma de apropiación desde el lenguaje. Nadie tiene el derecho a recurrir a un recurso natural, apropiándoselo, enajenándolo. El derecho a recurrir a un recurso natural termina en el mismo instante en que ese recurso es también de otro, de otros. De manera que las riquezas que admiramos de la tierra y que denunciamos como propias en una acción extractiva, no son recursos naturales sino bienes comunes, que pertenecen a los comunes. Bienes y comunes componen un único ecosistema que se verá alterado al recurrir a él de manera posesiva, esgrimiendo una propiedad falsa, arrebatando del sitio a partes o a un todo que desequilibrarán el medio, el que seguramente se verá dañado o irreparablemente modificado, mutado. No aceptamos recurrir al recurso.

¿Quién admite que al recurrir al recurso no se vulneran dominios ajenos? ¿Y de quién o quiénes es entonces el recurso? ¿No será de los comunes? Si creemos que los recursos naturales son elementos que constituyen la riqueza o la potencia de una nación, qué mejor que la definición de esta última, tal como proviene del latín “natio: “sociedad natural de hombres a los que la unidad de territorio, de origen, de historia, de lengua y de cultura, inclina a la comunidad de vida y crea la conciencia de un destino común”. Sus recursos pertenecen a ese destino común, a ellos y a las generaciones futuras. El concepto de propiedad privada del recurso natural nació con imposición feudal e imperial y continúa disfrazado de las mismas leyes coloniales. El subsuelo de las colonias de ultramar pertenecía al monarca y sólo la superficie se le cedía al aventurero conquistador o adelantado. Eran del monarca el oro, la plata, el cobre y todos los minerales que esconde el suelo conquistado, derechos que ejercían tanto la corona británica como la española y con iguales disposiciones. ¿Qué cambió? Nada cambió. Ese mismo objeto del deseo, el subsuelo, se convierte en propiedad privada de quien manifiesta o denuncia la existencia de “pertenencias” extractivas y sólo requiere la ratificación de la autoridad política a modo de registro, control o tributo. En nombre del Estado cedemos la potestad de los bienes comunes y aquél que se arroga tal facultad no fue elegido por el pueblo para esa función. No elegimos a nuestros gobernantes para que extranjericen territorios, vendan provincias, derriben montañas, destruyan glaciares, desvíen ríos, enajenen bosques nativos ancestrales y entreguen las altas cuencas hídricas, ecosistemas que nutren a las poblaciones, que les dan vida, razón de existencia y de futuro.

Los bienes comunes no se hallan en venta, no son negociables, precisamente porque son comunes. Tampoco son públicos ni naturales por más que descansen en la naturaleza milenaria y estén al alcance depredador del público. El concepto de público (“total es público”), está virtualmente asociado a que “no es de nadie”, no al concepto de pertenencia de todo un pueblo (su verdadera pero malversada acepción), lo que habilita su uso irresponsable, descuidado, cuando no directamente depredatorio. Entonces preferimos hablar de bienes comunes, no de bienes públicos ni de bienes naturales. Se hallan en la naturaleza y por tanto se los quiere hacer aparecer como opuestos a los objetos artificiales creados por el hombre.

Reemplazar la expresión recursos naturales por la de bienes naturales contempla el error de considerarlos propiedad, están ahí, disponibles: naturales por artificiales. Los bienes comunes, en definitiva, trascienden a los bienes particulares. Los reconocemos integrados a ecosistemas y, a su vez, a bioregiones dentro de la gran esfera que nos involucra a todos. Es en este sentido que no debo adueñarme del oxígeno del aire, por ejemplo, cuando estoy obligado a compartirlo. Incluso para los legistas, esta propiedad –mejor aún, lo que es propio– termina cuando irrumpo en la del prójimo, válido para el caso que nos preocupa. Ante el avance de las invasiones mineras y de políticas que intentan legitimar la rapiña extractiva, corregimos que las riquezas que habitan en la tierra no son recursos naturales sino bienes comunes.

* Periodista, miembro de la Red Nacional de Acción Ecologista (RENACE) y la Unión de Asambleas Ciudadanas (UAC).


Contacto

machpatagonia@yahoo.com.ar




lunes, 1 de junio de 2009

AMIGOS


por Víctor Zúñiga García (México)

Amigos... seremos siempre amigos
para contar nuestras penas una a una
y tendremos así como testigos
al sol, al viento, a la noche, o a la luna.

Viajaremos a un mundo distante
para buscar con todo el empeño
¡Y seremos como el caminante
que cabalga buscando su sueño!.

Amigos siempre sobre todas las cosas
como van unidos espinas y rosas
sin que importe nunca distancia ni tiempo
tú serás la lluvia... yo tal vez el viento.

Y así seguiremos como lo hacen pocos,
buscando en la vida nuestros sueños locos
y si algo pasara ¡Escucha lo que te digo
por todos los tiempos... yo seré tu amigo!